En los últimos años, cada vez es más complicado, y a veces hasta imposible, que un autónomo o pequeña empresa pueda trabajar en un barco atracado en un muelle comercial de Canarias.


Los muelles canarios: un laberinto para autónomos y pequeños talleres


Antes bastaba con tener experiencia, la titulación adecuada y cumplir las normas básicas de seguridad. Ahora te piden proyectos visados por ingenieros navales, planes de prevención interminables y avales económicos imposibles de asumir para cualquier pequeño taller o profesional independiente.

Del cliente al cortijo: el negocio cerrado del puerto canario


¿El motivo? No es precisamente por seguridad o calidad real. En muchos casos, todo esto responde a la presión de ciertos lobbies que prefieren tener el mercado controlado y quitarse competencia. Así, se bloquea la entrada de nuevos actores, se limita la libertad del cliente para elegir a quién contrata y se encarece todo el sector de reparaciones y mantenimiento naval.


La trampa burocrática que bloquea al sector naval independiente


Hoy, si eres un autónomo o tienes un pequeño taller y quieres hacer un trabajo de reparación que implique, por ejemplo, soldaduras o cortes en un barco, prepárate para la odisea. Tienes que presentar un proyecto técnico visado por un ingeniero naval, un plan de seguridad firmado por un especialista en prevención marítima y encima dejar un aval económico que muchas veces supera varios miles de euros. Todo esto antes siquiera de tocar el barco.

Si no eres grande, no trabajas: el muro invisible del sector naval


Este nivel de exigencia no lo ves en otros puertos europeos. Aquí, lo único que consiguen es expulsar del mercado a los pequeños, a los que no tienen una gran estructura o un respaldo financiero fuerte. Al final, la competencia se reduce, el cliente paga más y los autónomos y talleres locales tienen cada vez menos oportunidades.

Pero eso no es todo. Toda esa documentación, el proyecto, el plan de seguridad y los avales— no la puede presentar directamente el profesional que va a hacer el trabajo. Tiene que hacerlo el consignatario del buque, y con bastante antelación. ¿El efecto? Pues que trabajar directamente para el armador es casi imposible, porque siempre hay un intermediario que se entera de todo y que puede tener sus propios intereses.

Y si el encargo es jugoso, esos mismos intermediarios o quienes controlan las instalaciones acaban quedándose el trabajo. Es como querer cazar en un terreno privado: si no juegas con las reglas del dueño, no cazas.

Esto está matando la flexibilidad, la creatividad y la agilidad que siempre caracterizaron al sector marítimo en Canarias. Las normas se han convertido en muros invisibles que impiden trabajar a los que siempre han tirado del carro.


Requisitos imposibles y avales: cómo se ahoga la competencia en los muelles


Si Canarias quiere de verdad sacar partido a su posición estratégica y relanzar la industria de la reparación naval y offshore, tiene que ponerse seria con esto. Hacen falta normas razonables, proporcionadas y pensadas para la realidad de las pequeñas empresas. Solo así se podrá recuperar la competencia real, proteger el empleo local y hacer que el sector vuelva a moverse como antes.