En el puerto de Tenerife se ha puesto de moda exigir remolcadores en stand-by —o lo que llaman “a disposición”— como condición para que algunos barcos puedan quedarse en puerto. En teoría, esto se hace por seguridad: proteger el puerto, la ciudad y estar listos ante cualquier emergencia. Pero la realidad es que esta norma, pensada para casos extremos, se está usando a discreción y sin mucho sentido.


Un servicio de emergencia… cobrado como si fuera la norma


El remolcador en stand-by se creó para barcos con riesgo real: cargados de mercancía peligrosa, en mal estado o en condiciones complicadas. En esos casos, tiene lógica que haya un remolcador amarrado y listo para actuar, aunque el servicio cueste unos 1.000 € la hora (bajando tras las dos primeras horas). El problema es que en Tenerife se aplica incluso a barcos nuevos, descargados y perfectamente equipados, aunque no haga falta.


El “remolcador a disposición”: la excusa perfecta para cobrar sí o sí


Aquí se han inventado otra figura curiosa: el remolcador “a disposición”. Es decir, tener un remolcador cerca, pero sin estar amarrado al barco… Eso no debería costar prácticamente nada porque el remolcador sigue trabajando en lo suyo. Pero aquí lo cobran a 1.000 € la hora, sin parar, durante toda la estancia del buque. Resultado: un coste brutal que acaba espantando a las empresas y llevándoselas a otros puertos.


Plataformas modernas… con facturas imposibles


Plataformas petroleras de última generación, las que aguantan en alta mar moviéndose solo un metro aunque el mar esté en malas condiciones— también han sido obligadas a pagar este “servicio”. Hablamos de 24.000 € al día por algo que no necesitaban. ¿Consecuencia? Estas empresas se marchan a Las Palmas, donde no les ponen estas trabas. Casos como Pacific Drilling o Seadrill acabaron en pleitos, embargos y hasta deudas millonarias.


Cuando la seguridad se convierte en trampa


En una charla, un directivo de Pacific Drilling nos confesó su sorpresa cuando un responsable del puerto insinuó que esto “se podía arreglar de otra manera”. Una frase así, para una empresa seria, es suficiente para salir corriendo. Estas prácticas no solo hacen que Tenerife pierda negocio, sino que dañan su reputación frente a puertos como Las Palmas, donde las reglas del juego son claras.